La industria creativa al amparo de nuestro modelo de competencia económica

Por José Manuel Hermosillo Vallarta, Investigador, Asesor jurídico y administrativo en materia cultural

La consolidación de la industria creativa solo será posible “si garantizamos dentro de su actividad económica” el derecho a la cultura, el disfrute y ejercicio de este derecho a toda la sociedad y la protección del patrimonio cultural mexicano.

Se debe ofrecer a las empresas dedicadas a dicha actividad “una vinculación real con otros sectores de la economía”; brindarles “condiciones fiscales de desarrollo e incentivos y subsidios a las manifestaciones culturales que así lo requieran, acogidas por alguna figura jurídica - empresarial”, además de brindarles el instrumento jurídico que de manera clara las identifique y les permita transitar de forma armónica a un verdadero crecimiento.

Las definiciones de la economía creativa pueden variar, sin embargo, es ampliamente aceptado que en el corazón de este concepto se encuentra la industria creativa. Aunado a esto, existen en nuestro país algunas definiciones aceptadas de “industria creativa” en donde claramente en todas se identifica el término “creatividad” como característica esencial.

La “industria creativa” abarca un campo vasto y heterogéneo que comprende la interacción de varias actividades creativas, como las artes y artesanías tradicionales, la imprenta, la música y las artes visuales, con grupos de actividades tecnológicas y orientadas a servicios, tales como la industria cinematográfica, la televisión, la radio, los nuevos medios, el diseño, los contenidos... Todos estos, según diversas clasificaciones teóricas, escuelas y autores, encierran igual número de enfoques y formas de apropiación al momento de implementar acciones gubernamentales.

El sector creativo posee una estructura de mercado flexible y modular que se extiende desde artistas independientes y pequeñas empresas culturales hasta los conglomerados más grandes del mundo.

Podemos asegurar que la industria creativa en el mundo contemporáneo emergió al relacionar la economía y la cultura; lo público, lo privado y lo social. Por lo tanto, esta multiplicidad de orientaciones se extiende tanto dentro del sector público como dentro del privado, del sector de las organizaciones no gubernamentales y de la sociedad civil.

A esta figura la definen aspectos económicos, culturales, tecnológicos y sociales del desarrollo, a niveles tanto macro como micro. La creatividad, el conocimiento y el acceso a la información son potentes motores del desarrollo. En nuestro país, como la gran mayoría de los países en vías de desarrollo, todavía no se logra aprovechar sus capacidades creativas.

Con base en resultados e indicadores serios, generados por la Conferencia de las Naciones Unidas sobre Comercio y Desarrollo (UNCTAD) a partir de 2004, se podría asegurar que la economía global experimenta enfoques integrales para el desarrollo de sus diferentes identidades culturales, aspiraciones económicas, disparidades sociales y desventajas tecnológicas.

El resultado de esos enfoques, traducido a estrategias institucionales para el desarrollo, obliga al Estado, rector del desarrollo nacional, a que estos sean integrales y sustentables, fortalezcan la soberanía de la nación y su régimen democrático y que, mediante la competitividad, propicien el crecimiento económico, del empleo y de una distribución más justa del ingreso y la riqueza.

Esto permitiría el pleno ejercicio de la libertad creativa de los artistas o creadores, grupos y clases sociales, así como mostrar a la sociedad que la competitividad se entenderá como el conjunto de condiciones necesarias para generar un mayor crecimiento económico.

La incorporación de la actividad cultural a la economía formal obliga a los poderes públicos a adaptarla a esta nueva realidad al pensamiento económico dominante sobre el desarrollo, por medio de los diversos códigos de identidad culturales que nos definen como país.