La máquina de la felicidad y el futuro del marketing político
Por Néstor Márquez, Transformación Digital en el Tec de Monterrey
Imaginen que les proponen entrar a la Máquina de la Felicidad, un dispositivo que se conecta directamente al cerebro para transmitir estímulos positivos mediante la proyección de experiencias felices. El objetivo es que el usuario experimente un estado de felicidad permanente, todo a cambio de que acepte estar conectado al aparato por los próximos seis años.
Con esta propuesta comienza el curso Fundamentos Morales de la Política en la Universidad de Yale, el cual es impartido por el profesor Ian Shapiro. La idea es forzar a los alumnos a decidir si se conectarían a una máquina con esas características. Algunos opinan que jamás lo harían porque no les gustaría estar expuestos a experiencias alejadas de la realidad; a otros les preocupa la pérdida de control, autonomía o libertad que experimentarían los usuarios.
Sin embargo, el ejercicio pone en evidencia que las personas, idealmente, desconfían comprometer su futuro aun frente a las propuestas más esperanzadoras.
Es llamativo que todavía los seres humanos, casi de cualquier geografía, sigamos creyendo las promesas de campaña de los políticos de todo el mundo, que aseguran un futuro venturoso cuales versiones vividas de la Máquina de la Felicidad.
El sentido de la política
Por mucho tiempo me atrajo la idea de política como “el arte de lo posible”, una expresión que se atribuye a diversas fuentes como Aristóteles, Maquiavelo, Bismarck, entre otros. Sin embargo, con el tiempo fui comprendiendo que esa definición rinde demasiado honor a la idea de la política capaz de cualquier cosa, como una especie de versión estilizada de “el fin justifica los medios”.
Para la filósofa judío-alemana Hannah Arendt, el sentido de la política es la libertad, según explica en su libro "La condición humana". Su idea original tiene mucho que ver con la confrontación de los totalitarismos que tanto afectaron al siglo pasado.
La filósofa explica que la política se produce “entre las personas”, especialmente entre iguales. Por otra parte, Arendt considera a la natalidad como el inicio que da vida a cada ser y lo hace libre para comenzar algo nuevo.
Da la sensación de que muchas veces se presta poca atención al sentido que asignan los candidatos a la política, por lo que sería conveniente preguntarse ¿qué tan entre iguales es su discurso?, ¿cuán diversos son sus principios o conceptos? y ¿qué tanto alientan la posibilidad de comenzar algo nuevo?
Del sentido de la política al del marketing político
El marketing político es una disciplina que ha captado interés tanto en el debate público como en los medios. Surge de la combinación de las ciencias políticas y el marketing con el objetivo central de estudiar las campañas políticas y, en general, la percepción por parte del electorado hacia un candidato o gestión de gobierno. En su sentido más formal, el marketing político es un sistema heterogéneo de teorías, prácticas, métodos y técnicas que ayudan a las organizaciones y a los políticos a comprender el mercado electoral y a saber cómo operar en el mismo con mayor eficacia.
Esa idea del “mercado electoral” deja la sensación de que el marketing político se acerca demasiado, por momentos, a la idea de mercadotecnia de productos masivos, que no hace otra cosa que posicionar a los políticos como vendedores de ilusiones. Cuanto más se visten de producto, los candidatos no hacen sino alejarse del electorado y dilapidar sus posibilidades futuras.
La importancia del futuro en el marketing político
Hay ciertos problemas que están relacionados con las necesidades de la gente: trabajo, salud, seguridad, vivienda y educación, entre otros. Sin embargo, se están incorporando temas que tienen que ver con el futuro: ¿cómo hacer frente a un clima cada vez más inestable?, ¿qué tanto reemplazarán las máquinas el trabajo de las personas?, ¿qué impacto tendrá la incorporación definitiva y de pleno derecho de la mujer en el ámbito laboral y la sociedad?, ¿cómo impactará la mayor esperanza de vida?
Frente a esos nuevos problemas los políticos
tienen que hacerse nuevas preguntas, algunas de las cuales son novedosas: ¿cuáles son las pistas que me permitirán entender los desafíos que planteará el futuro?, ¿qué puedo hacer para evitar los aspectos indeseados? No se trata de que se conviertan en futurólogos, solo que desarrollen alguna sensibilidad básica a las pistas que envía el futuro.
A esta altura es conveniente hacer referencia la máxima del premio Nobel Dennis Gabor: “El futuro no se puede predecir, pero se puede inventar”. Para muestra el ex presidente norteamericano J. F. Kennedy, quien propuso que en menos de una década los EUA iban a poner un hombre en la Luna.
Lo que hizo JFK no fue menor: vivía una coyuntura en la cual era evidente la supremacía rusa en la carrera espacial, y sabía que tenía que buscar otra alternativa. Lo que hicieron fue crear su propio futuro en lugar de ser víctima del que los rusos venían desarrollando.
Si bien los especialistas consideran que los rusos ganaron la carrera espacial de punta a punta, la movida estratégica de Kennedy ayudó a equilibrar la balanza. En el ámbito empresarial, en Google llaman a este tipo de iniciativas Moonshot Thinking –nombre que rinde tributos a la iniciativa de Kennedy– para el desarrollo de sus proyectos más ambiciosos.
Sin dudas, ante la incertidumbre que genera en las personas un futuro acelerado, los políticos y en especial los candidatos pueden encontrar allí una fuente de ventajas competitivas a la hora de preparar sus propuestas.
Se avecinan las elecciones y cada uno de los contendientes verá los resultados de sus propios relatos; la población se expresará y eso condicionará los próximos seis años, por lo que todos nos veremos sumergidos en otro nuevo intento de Maquina de la Felicidad. Sin embargo, la pregunta es ¿qué tan dispuesta está la gente a quedarse enganchada otros seis años?